Hace algunos años, digamos 10 u 11,
más o menos, mi vida no era otra cosa más que estar aplastado en un reposet
jugando por horas “Play Station”, mientras admiraba en segundo plano mi diploma
que me certificaba que había terminado mi carrera universitaria, tons por tal
esfuerzo me pensaba tomar un año sabático, pese a toda la presión que ejercía
sobre mí todo el entorno, encabezado por mi señora madre, que de tantas veces
que me decía “Huevón” llegué a olvidar mi nombre de pila.
En resumen, para mí todos los días
eran domingos, no me afligía tener varo y si tenía alguna necesidad básica como
comprar el diario “Record” o unos chocorroles, recurría al clásico robo hormiga
aplicándolo de forma inteligente sobre el cambio de las tortillas, a la semana
sí me hacía de mis 50 pesos, una generosa entrada de dinero para un gamer sin
oficio ni beneficio 24 x 24.
Pero no todo era miel sobre
hojuelas, mientras recibía el despreció del caprichoso mundo de los medios aún
siendo “Licenciado en Ciencias y Técnicas de la Comunicación” hecho y derecho,
mi cuerpo me empezó a generar una extraña dolencia en la piernita derecha, algo
así como un calambre que no era calambre, pero que me imposibilitaba para poner
la planta de mi pie firme sobre una superficie.
Al principio ignoré la molestia,
pues estaba jugando las semifinales del “Pro Evolution Soccer” con la selección
de Francia y Zidane estaba inspirado, no podía dejar pasar mi momento de gloria
por un pinche dolorcito, ni que fuera que o qué.
Pasaron las horas, yo aún lamentaba
mi eliminación en semifinales con Francia y el dolor seguía presente. Entonces
decidí pararme para ir a hacer pipí, y el dolor… seguía ahí. La cosa ya me
empezaba a preocupar, pues nunca me había pasado algo así, entonces antes de
perder la calma tomé el teléfono, y como María me puse a echar el chisme con
algunos cuates y alguna que otra voz con autoridad que conocía por aquellos
años, a todos les platiqué mi extraña dolencia, al final de 4 diagnósticos, 3
coincidían extrañamente en lo mismo: ¡Diabetes!
Dejen ustedes la enfermedad, pues
he tenido desde pie de atleta hasta verrugas en la espalda y de todas he salido
¡pero diabetes! ¿Dejar de comer carnitas, chupe, refrescos, chocorroles, rufles
y más a mis 22 años? Neta para mí eso fue uno de los golpes más duros que pude
recibir a tan corta edad.
Hice lo que cualquiera haría en
esos casos: ¡Recurrí al Dr. Simi! Basta de escuchar a improvisados, era hora de
que un profesional tomara mi caso, entonces, a falta de varo le dije a mi mami
que me llevara con él.
Yo iba con el ánimo hasta los
suelos, neta que renunciar al “Torres X” a 2 años de conocerlo era una locura,
prefería renunciar a mis tazos, a mi nombre, a mi álbum Panini, pero no al “Torres
X”. Después de esperar a otros pacientes medios rotos, pasé con mi madre, no me
crean, pero escuchaba la marcha fúnebre mezclada con la música guapachosa que
bailaba la botarga gigante del Dr. Simi afuera del consultorio, todo era una
calamidad. Después de exponer mi pena con el Doctor, de pasar por la revisión
de rigor, de esperar lo peor el Doctor me dice: ¿A qué se dedica, amigo
Juanito? (Sí, no siempre me he llamado “Papayas”) bueno, les decía, después de
esa pregunta incómoda, en la que mis ojos buscaban alguna respuesta más decente
y decorosa a solo decir: “Nada”, mi santa madre me salvó diciendo: “Acaba de
terminar la carrera, Doctor”… Uffff, gracias a Dios pasé de ser un “huevón” a
nomás “un desempleado con aspiraciones”.
Ya que el Doctor sabía que estaba
con un paciente profesional igual que él, regreso a su pinche pregunta: ¿Y
ahorita qué haces, amigo Juanito? Ya no había mucho que hacer, así que maquillé
un poco mi respuesta, un tanto cuanto para darme mi taco: “A pues… me gusta
leer el periódico, para estar el día, me gusta escribir algunos artículos,
también me gustar actualizarme (o sea puras chingaderas que ni hacía) y juego
Play Station”… y justo ahí, fue ahí dónde el Doctor me agarró en la movida,
pues me preguntó: ¿Cuánto tiempo juegas, amigo Juanito?… “No pues, un rato”, le
contesté, y el cabrón intrigoso todavía me pregunta: ¿Un rato? Hablamos de
¿horas? Y yo, tal cual chamaco agarrado en plena sacada de moco le dije: “Mmmm
sí, unas horas”… Y el Doctor así desnudándome ante mi madre, como para
recordarle lo huevón que era me preguntó: ¿Cuántas horas?... Yo no entendía qué
tenía que ver mi afición sedentaria con la pena que me cargaba el posible
diagnóstico de “Diabetes” que por el dolor de mi pierna eso parecía, entonces
le respondí: “Mmmm, muchas”…
Y después, un silencio sepulcral.
Yo esperaba lo peor, mi madre, a pesar de llamarme “Huevón” de forma
sistemática, aplico sobre mi la típica mirada de madre afligida por su muñeco,
el doctor escribió algunas cosas en una receta, de repente, reflexionó, arrancó
la receta, la hizo bolita y la tiró, puso ambos brazos sobre su escritorio y
por fin dio el diagnostico: “Amigo, Juanito…
El diagnóstico del Doctor y más
drama, en mi siguiente blog. Gracias por leer!